lunes, 21 de abril de 2014

UNIDAD EDUCATIVA GONZALO MENDEZ

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DISCURSO PRONUNCIADO POR AMÉRICO FERNANDEZ EL PRIMERO

DE OCTUBRE DE 2007 CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO 37º DE LA UNIDAD EDUCATIVA GONZALO MÉNDEZ, EN VILLA BRASIL, PUERTO ORDAZ.
El trigésimo séptimo aniversario de esta Unidad Educativa que ostenta el nombre del extinto educador Gonzalo Méndez, está dedicado a resaltar la trayectoria vital y profesional de uno de sus fundadores: Diógenes Troncone Sánchez.  Él, junto con Pedro Fernández, Antonio Cárdenas y, finalmente con mayor empuje hasta la definitiva consolidación, su actual director José Ramón (Cheo) Rodríguez.  Ellos concibieron este plantel para enseñar en su primer y segundo niveles a quienes en esta comunidad  de Puerto Ordaz, particularmente de Villa Brasil y Alta Vista, dan sus primeros pasos por el sorprendente como intrincado sendero de la vida.
            Este homenaje póstumo de la comunidad educativa al  profesor Diógenes Troncote Sánchez, educador de la misma cepa gremialista de José Gonzalo Méndez Moreno, muerto trágicamente en el Salto La Llovizna el 24 de agosto de 1964 junto con otros 36 compañeros también arrastrados por las tormentosas torrenteras del Caroní, reviste acertada justificación y habrá de perdurar a través de la Biblioteca que hoy se inaugura con su nombre.  Reviste justificación no tan sólo por ser uno de los fundadores de este magnífico plantel que tiene como divisa la disciplina y el honor, sino por los méritos profesionales que lo distinguieron en vida y por su don de gente y padre de familia inmerso en los principios cristianos del catolicismo.
            Una personalidad muy peculiar evidenció siempre  la manera de ser del profesor Diógenes Troncone, acaso modelada por el constante ejercicio de la docencia que se tradujo en su relación con la gente y en sus escritos periodísticos, escritos libre de eufemismos, directos, sin que por ello carecieran de la sazón de la sal, atenuada con la meliflua propiedad del azúcar. Tal vez por ello sus artículos  firmados con nombre propio se distinguían con el pre-título “Sal y Azúcar” y no como en sus primeros tiempos “Rompiendo la Zaranda”, que solía firmar con un seudónimo; no para ocultarse, sino en homenaje a la familia que lo había criado y formado como verdadero hijo, aunque los Maury venidos de Valencia, eran blancos y él tenía la piel algo quemada, buscando a su madre María Magdalena Sánchez, una culisa atractiva. De suerte que “El Negro Maury”, no era tan seudónimo porque toda Ciudad Bolívar sabía de antemano de quién se trataba.
Pero quién en la Ciudad Bolívar de los años treinta y cuarenta iba a creer que él no era miembro de la prolífica familia Maury, si lo único que le faltó fue nacer ahí en esa casa de Santa Lucía o de la calle Amazonas y no abordo de una goleta como en efecto ocurrió el 12 de septiembre de 1928 frente a la población indígena de La Urbana. Los Maury lo criaron y formaron  desde la edad de tres meses cuando su madre, maestra de La Urbana, falleció enervada por la tisis, mientras a su padre no llegó a verlo sino  en dos oportunidades. Quién iba a dudar, que estaba marcado con la impronta de los Maury; sin embargo, no era así y el día que cumplió quince años, debido a esa circunstancia, se sintió envuelto en terrible dilema. Cuando lo recordaba se le quebraba la voz.
 En la hora del almuerzo cuando llegaba a su casa al salir del colegio “La Milagrosa” de los Padres Paules, toda la familia se hallaba reunida en la mesa y para mayor e inquietante sorpresa su puesto de siempre a la izquierda de José María Maury, estaba ocupado.
-No te sorprendas, ¿sabes qué fecha es hoy? –le espetó a su llegada su padre putativo.
 -No-respondió Troncote-.
-Pues hoy cumples quince años y es bueno que decidas si aceptas la adopción legal o si deseas continuar usando el apellido de tu padre.
Diógenes prendió su linterna y  encontró a aquél marino perdido en uno de los innumerables meandros del río. Prefería entonces continuar siendo con apelativo legítimo, fruto de la rama del tronco genovés de los Troncone, extendida del Mar Mediterráneo al lago de Maracaibo. De allí vino su padre de genio un tanto atravesado capitaneando una goleta que hizo anclar para siempre en el Orinoco. La última vez que lo vio tenía doce años y luego se  perdió en la bruma del río, pero él quedaba bien protegido y siempre inclinado a seguir los pasos de la madre. Así lo encontramos en la “Miguel Antonio Caro” de Caracas donde se hizo maestro normalista, yendo obstinadamente contra la corriente de quienes confundían intereses facciosos con los intereses del Estado. Recién graduado realizó un curso de folclorología en la Universidad Central de Venezuela y con ese bagaje y junto con otros compañeros egresados se vino para Ciudad Bolívar a trabajar en el recién inaugurado Grupo Escolar Mérida, entonces dirigido por el profesor Alfonso Paraguán.
Se inició como maestro en octubre del 49 y allí en el Grupo permaneció hasta diciembre del 55 cuando la Seguridad Nacional le pidió abandonar la ciudad por haber escrito contra la Dirección de Educación del Estado. Claro, Diógenes, además de docente ejercía el periodismo como corresponsal del diario La Calle y redactor del Semanario “El Tiempo”, que dirigía monseñor Dámaso Cardozo.
Gomecito, el jefe de la Seguridad Nacional, no lo perdonó, era pluma muy ácida y Troncone tomó el autobús de la ABC y se instaló de nuevo en Caracas, coincidencialmente en la posada de una guayanesa que conoció vendiendo empanadas en el puerto de las chalanas. ¿Qué podía hacer  la Asociación Venezolana de Periodistas que en septiembre de 1951 había fundado junto con Eliécer Sánchez Gamboa, su primer presidente? Nada podía hacer en su defensa ni tampoco el gremio magisterial porque no había libertad de expresión ni de reunión ni de nada, casi todos los derechos ciudadanos estaban conculcados.  En Caracas no sólo trabajó como docente y periodista, sino que estudió y se graduó de bachiller en filosofía y letras en el liceo Alcázar y realizó cursos de corresponsal en el Instituto Santos Michelena y de Relaciones Públicas en la Universidad Central. La expulsión fue relativamente corta. Apenas tres años al cabo de los cuales cayó el dictador y Troncone, luego de estudiar, y trabajar como docente en el Grupo Escolar “El Libertador” de Chacao, en la Escuela “Martínez Centeno” de Miranda, como subdirector en el Instituto de Comercio “Simón Rodríguez” de Puerto Cabello y redactor de los diarios “La verdad” y “El mundo”, retornó a Ciudad Bolívar como subdirector del Instituto de Comercio Dalla Costa y docente del Centro de Profesionalización. Tan sólo por un año, tiempo suficiente para recrearse en los rostros deprimidos de quienes lo sacaron de su tierra por una simple nota de prensa y para encontrar novia y casarse. Contrajo matrimonio con Rosario Goudet, una upatense alumna en el liceo Sucre, que también al igual que él, se realizó como docente  y tuvo además puros varones, hoy todos profesionales.
En 1969, Margarita le vino de perla para su luna de miel, pues el Ministerio de Educación le pidió fundar y dirigir el Instituto de Comercio Juan Bautista Arismendi de la Asunción. Allí mi maestra de cuarto grado Nuncia Villarroel le sirvió de secretaria. Al cabo de cuatro años está de nuevo en Caracas como profesor técnico comercial en el Instituto de Comercio de El Valle, en el Santos Michelena, en el Simón Bolívar de Caracas y como redactor del vespertino “El Mundo”. Su estada en una capital como Caracas tan llena de posibilidades para el estudio la aprovechó intensamente cada vez y en esta ocasión logró estudiar y graduarse como profesor de Historia y Geografía Simultáneamente estudiaba también Derecho, pero no lo concluyó por ciertas presiones con relación al futuro ejercicio de la abogacía y también porque el Ministerio le pidió volviera a Ciudad Bolívar para dirigir el Instituto de Comercio Dalla Costa. Eso ocurrió en 1970, entonces le dio por fundar colegios, buscando, estabilizarse. Así fundó el Liceo Sucre en Ciudad Bolívar, el Liceo Ana Emilia Delon en Maturín, este Instituto Gonzalo Méndez de Puerto Ordaz, la Unidad Educativa El Colegión y por último el colegio Pensamiento Bolivariano. Ese año cuando llegó a Ciudad Bolívar para quedarse de una vez, concursó y ganó el segundo premio del certamen promovido por el Ministerio de Fomento con motivo del XI Censo de Población. Ya antes en 1962, con motivo del Bicentenario de Ciudad Bolívar había ganado el tercer premio de un concurso promovido por la Logia Asilo de la Paz Nº.13. El primer premio en esa ocasión lo ganó  Manuel Alfredo Rodríguez. Troncone tiene varios libros inéditos entre ellos, El Correo del Orinoco, La nueva Educación en Europa, La Opinión Pública, Perfil de Liderazgo, La Comunicación Insonora y la Pedagogía de J. F. Reyes Baena, los cuales respaldan su condición de miembro de la Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Ciudad Bolívar. La AEV le publicó un opúsculo sobre “Canaima”, la novela de Rómulo Gallegos. No obstante haberse especializado en Historia y Geografía nunca dictó en aula esta materia, en cambio ejerció como profesor de Filosofía y Psicología, porque tuvo muy buenos profesores como Ignacio Burn.
En diálogo en vida me dijo no creer en la resurrección no obstante ser socialcristiano. “El que muere ya cumplió su hazaña vital, me dijo. No hay segunda vida. De esa ilusión yo no vivo, soy escéptico en tal sentido como bien lo soy al no creer en esoterismo, brujería, espiritismo y prácticas por el estilo. Soy realista sin llegar a ser materialista, por esa razón no quise seguir la carrera de abogado. Habría tenido que renunciar a las cosas que espiritualmente me llenan”.
            Ciertamente, Diógenes Aristóbulo Troncone Sánchez, militó desde su tiempo de estudiante en la doctrina socialcristiana y por esa vía llegó a ser admirador del doctor Rafael Caldera como académico y gran inspirador del movimiento en el cual sustentaba un ideario  que tiene su origen en la  Rerum Novarum de León XIII, encíclica esta que fija la posición de la Iglesia Católica frente al problema de la cuestión social partiendo del principio según el cual el hombre es centro de la sociedad, es decir, que el hombre está por encima de la sociedad y el Estado.
            Diógenes Troncone, en entrevista que le hice poco antes de su muerte ocurrida  el 8 de enero de 2005,  confesaba no estar conforme con el sistema educativo vigente.  Se lamentaba señalando que la educación en este país es francamente un caos. Existe una desmoralización y carencia de ética profesional increíbles. No tenemos profesores y maestros sino dadores de clases, en su mayoría. Y sobre las nuevas promociones de periodistas expresaba que no prometen mucho, se están quedando en lo rutinario y dependiendo de los boletines institucionales de prensa, de allí que algunos periódicos salgan tan uniformados. La noticia hay que profundizarla y la metodología del periodismo interpretativo es una buena vía. Otro de nuestros males es el palangre, del cual tiene marcada responsabilidad el Colegio que tanto ha legislado sobre el particular, pero que hasta ahora ha sido incapaz de aplicar estrictamente el Código de Ética. Lo mismo se puede decir de la piratería. Tenemos directivas que sólo responden a los intereses políticamente fraccionales, de allí que el colegio ande tan mal como el gremio magisterial. Troncone era un crítico por naturaleza y nunca dejó de escribir diciendo sin ambages lo que sentía y lo que pensaba, ni siquiera a su edad septuagenaria se aplacaba. Decía que sentarse a escribir costaba, pero una vez que se sentaba ante la máquina, todo -como dice Adriano González León-, todo le era fácil, las ideas venían en torrente, pero lo importante era sentarse y ponerle un poco de sal a la vida.


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